El día que maldices hasta al mismo sol por alumbrar la crueldad de tu alrededor. El día que confundes cierto desencanto con la realidad y te das de lleno al error. Cuando ves poesía en los andares de una puta o en la mirada de un mendigo, rota y disoluta. Cuando aprendes que la calle es una escuela dura y una mente inmadura solo aprende lo peor. Cuando detectas indicios de esa tragedia atroz que hay en las palabras de un anciano en tu propia voz... Ese día comprendes que ya nada será igual, que habrá diferencias imposibles de salvar entre tú y ellos. Cuando ves las banderas como emblemas de guerra y a quienes las lucen como personas enfermas con síndrome de Estocolmo. Cuando ves a Dios como un estorbo, o tal vez como un agente enajenador. Cuando prefieres las mieles de la taberna a las hieles de las iglesias y quieres abandonarte y pecar. Cuando realmente eres consciente de que no puedes vivir eternamente y te propones no dorar más lo insustancial y lo mediocre, no halagar al poderoso ni formar parte de jauría alguna. Cuando ves que la lectura no cura. A lo sumo ayuda a perfeccionar tu discurso y te da argumentos. Cuando te das cuenta de que su libertad se basa en colocar más hilos a la marioneta. Cuando te convences de que la dirección correcta es evadirse de cualquier forma de autoridad. Cuando decides que vas a negarte a plegar tu música a las pautas de la industria musical... Ese día comprendes que ya nada será igual, que habrá diferencias imposibles de salvar entre tú y ellos. En la longitud en la que el verso muere, en tus genes, vive un pobre charlatán en ciernes que se dice: "Habla poco y mide tus palabras, mide tus palabras. Cuando abras la bocaza piensa. Trata de ser honesto en todo momento. Olvida el botín. Intenta mantenerte recto. No seas necio. Guarda silencio. Guarda la frase para el próximo verso"

Toda esa ira y rabia contenida es peligrosa si está mal dirigida. Debes centrarte en qué decisión tomar. Cualquier vida a la distancia debida es fácil de criticar y nadie tiene en cuenta el contexto social. "El hambre llama al hambre", se decía. Ahora se tiende a olvidar que bajo el umbral de la pobreza se encuentran personas que subsisten por caridad familiar. Tú no llevas rota la ropa ni tienes roña en la cara. No cumples con la imagen del pobre estereotipada y tienes una pequeña lista de adicciones que servirían de reproche a un necio. Eres alguien despierto aunque desconoces tanta burocracia. Estás seguro de que a algunos les haría gracia verte recurrir a los servicios sociales e incluso encontrarte acostado entre cartones en la puta calle. Quiero decir, en general la gente no espera nada bueno de ti. Nadie se llevaría las manos a la cabeza si supieran que te dedicas a delinquir. Tú solo quieres hacerlo bien. No esperes que te feliciten porque es tu deber. Sientes que peleas solo por las sobras y todo parece estar en tu contra. Te dicen que el problema es el fraude generalizado en todas las capas de la sociedad, algo que parece pensado para equipararte, por ejemplo, con grandes casos de evasión fiscal, pero las cárceles se siguen llenando de parias como tú y no de esos ladrones de cuello blanco. Están esperando que cometas un fallo y saben que vas a a cometerlo cuando estés desesperado. Es habitual que el personal confunda la moral con la legislación y no se pare a pensar que hay quien no encuentra otra salida, que para convertirnos en delincuentes es necesaria la policía y que cada nueva ley crea nuevos delitos. No es un mito el gusto común por los linchamientos gratuitos. Antes de formar parte de uno espero que recuerdes que siempre es al descalzo al que la serpiente muerde. Quiero decir, cuando te pase no esperes que nadie se apiade de ti. Ten en cuenta que en cada camino hay dos direcciones y es mejor que pienses en frío antes de decidir. Sé que tú tratas de hacerlo bien. No esperes que te feliciten, lo dicta la ley. Solo quieres hacerlo bien y es como si todo está en tu contra.

Cada herida una rima. Mi mente no puede escapar del barrio. Tengo impuestos como estigmas recuerdos de palizas, sangre, jeringas y chirlas. La pesadilla todavía se mantiene viva. Hace un tiempo, con la vista siempre puesta arriba, trataba de emerger (y) tomar las riendas de mi vida, obviando el dinero fácil y el placer inmediato. Me sentía expulsado de un mundo que no entendía. Ahora con algo de perspectiva, bien entrado en la treintena, me siento como un soldado que regresó de la guerra y se pregunta cuánto de aquello mereció la pena. Me veo vacío por dentro y algo más viejo por fuera. Recuerdo las caras de amigos que no encajarían en este nuevo modelo de ciudad inteligente, donde se excluye, se integra, se normaliza al diferente y se oculta a la gente enferma. Seguirán como puedan, porque nadie se preocupa de afrontar los problemas, solo de expiar la culpa. La caridad cumple un rol de controlador social y nos lava la conciencia, sin duda. En el sagrado nombre del progreso se atosiga, se abandona, se desahucia y el terreno se revaloriza en un proceso imparable. Cuando recorro las calles del barrio San José el pasado parece alterable. "La gran ciudad se come al pobre. Ya lo sabes. No preguntes: o te alejas o te absorbe", decía en su día. Cada herida una rima. No puedo arrancar de mi mente esta mentalidad de carestía. La universidad y los chalets de lujo han hecho de mi barrio un lugar más seguro con mejor futuro. Nadie quiere para sus hijos lo que sufrimos algunos, ¿pero alguien es consciente de lo que ha supuesto?

Sé lo que probablemente ocurre. Todo a nuestro alrededor discurre con cierta amargura. Te aburre. No descubres nada que entrañe pasión. Sientes que la vida se te escurre entre los dedos y lo que es peor, no queda nada para octubre y no estás preparada para otro adiós tan pronto. Es demasiado pronto. Ha pasado muy poco y aún permanece el dolor. Sé que yo tampoco he relajado la tensión y que me equivoco al tratarte con rencor. ¿Sabes? A veces la luz de las farolas te ciega y no te permite ver las estrellas. Vas a oscuras. Se suele decir que quien tiene un reloj sabe la hora pero quien tiene dos duda. "No hay razón para el desánimo si todo acaba. No hay motivo para el pesimismo si no esperas nada". "Cierto, cariño" Yo me quedo callado mirando el blanco gastado del folio infinito que es techo de la habitación. Y lo recuerdo aquí, tan cerca como tú y yo. Casi lo puedo sentir conmigo. Todo parece encajar cuando comienzas a hablar de lo que evitas decir. Lo recuerdo aquí, tan cerca como tú y yo. Casi lo puedo sentir conmigo. Tú me comienzas a hablar de lo que evitas decir. Ahí en mi cielo siempre estalla la tormenta y no sirve ninguna pirotecnia para distraerte. No cuenta ni la carrera ni el color del metal, ni mi presunto imán para las situaciones cómicas. Quizás mi paranoia sea el origen de este asunto y yo sea la página marcada de algún libro sucio. Demasiado usado, demasiado bruto... Es como si no entendiese nada sino lo discuto y tú tratases de arreglarlo (siempre). Hablo de grupos y es la primera vez que oyes nombrarlos. "Haremos cosas que no salgan en la tele" dices, y nos imaginas felices por algo. Pero mi alma es un ramo de flores en la carretera. La mesa de un fallecimiento en un portal cualquiera. Tú juegas a adivinar qué hay detrás de mis ojeras y repites lo mucho que te gustaría irte fuera a veces. Mi padre me enseñó a no tener temor a lo desconocido. Fue su última lección poco antes de fallecer. Aquel día tú y yo descubrimos juntos la extraña dignidad que nace del dolor. Y lo recuerdo aquí, tan cerca como tú y yo. Casi lo puedo sentir conmigo. Todo parece encajar cuando comienzas a hablar de lo que evitas decir. Lo recuerdo aquí, tan cerca como tú y yo. Casi lo puedo sentir conmigo. Tú me comienzas a hablar de lo que evitas decir.